Un sitio en ningún lugar


Cerró los ojos y se desprendió del mundo que la rodeaba. Cuando cerraba los ojos podía olvidarse de la realidad, era como dejar de existir. Todo aquello que la rodeaba se sumía en la más profunda oscuridad y al fin podía sentir como se levantaba una coraza que no permitía que sufriera daño alguno. Ya no importaban los temores, ni el desconcierto de allí afuera. Ella se encontraba en otro lugar, un lugar inexistente, inalcanzable. En ese lugar ellos no podrían tocarla, nadie podía hacerle daño. Se escucharon golpes en la puerta y ella apretó los ojos con más fuerza; pero por mucho que forzaba a sus parpados a fundirse en uno solo, sus oídos seguían abiertos. Escuchó gritos e insultos contra ella; pero no los entendió o no quiso entenderlos. Sintió la puerta de madera crujir y caer con gran estrépito. Sus ojos no se abrieron ni un instante, como si por el hecho de estar cerrados pudiese huir a otro mundo sin tener siquiera que moverse. Sintió de pronto como una mano muy fuerte la tomó del cuello y apretó con ansia asesina. Ella seguía sumida en su inexistencia. —No pienses, no estés aquí— se decía. Ni siquiera cuando su nuca chocó contra la pared y el brazo que la ahorcaba golpeo su labio dejó de estar en otra parte. Entonces saboreó la sangre en su boca, y lejos de hacerla volver de ese sitio en ningún lugar, pudo recordar sus juegos de niñez y a su madre curándola tras una caída, eso la hizo irse más lejos a ninguna parte. Olió el aliento de su captor mientras pronunciaba palabras que no escuchó, y su coraza se hizo más fuerte. Entonces sonaron dos tiros que retumbaron en su oscuridad. Ya no escucharía más los gritos, no olería el nauseabundo aliento, apenas sentía el sabor de la sangre y la presión de la mano parecía disiparse. Apenas escuchó un susurro cerca de su oído. Abrió los ojos y allí estaba él, a quien estaba esperando.

 

—Todo está bien, ya no puede hacerte daño.

 

Entonces volvió de su inexistencia y rompió a llorar en su hombro.

 

Escrito por: Luis A. R. Selgas.

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