Hoy cumplimos 10 relatos en Universos en Blanco, lo cual significa también que el blog cumple 10 semanas de vida a ritmo de un relato semanal. Agradezco a todos los que se han pasado por este humilde rinconcito para conocer los mundos que en él habitan. Y espero que sigan haciéndolo, pues los ánimos que me dan son el motor para que más realidades sigan naciendo.
10 cuentos van ya, y con motivo de celebrar tan binario número he decidido mostrarles las aventuras de un personaje al que le tengo mucho cariño. Seguramente tendremos la suerte o desgracia de acompañarle en más de una ocasión. Un muchacho que vive en un mundo muy parecido al nuestro, pero no exactamente igual. Un joven llamado Nigel Newton.
Deseo con fervor que podamos alcanzar los 52 relatos, los 100, o por que no, los 520. Yo seguiré aquí, mientras tenga a gente que me acompañe en el camino. De momento los dejo en buenas manos, con el comienzo de las aventuras de Nigel Newton.
Las aventuras de Nigel Newton
1. Un mundo como el tuyo; pero no exactamente igual.
Las grandes historias han de ser contadas desde el principio; pero una historia como esta habría de comenzar en el momento en que todo el universo estaba contenido en un solo punto, a esto podríamos llamarlo el principio de todo o mejor Big Bang. Tal vez ir tan atrás en el tiempo sería una exageración. Entonces el momento oportuno para comenzar este relato debería ser el instante en que un ser humano, tan común y simple como cualquier otro, tomo una pequeña decisión, y haber tomado esa decisión y no otra derivó en una serie de acontecimientos tan pequeños y comunes como grandes y magníficos. Y así la historia que podría haber sido de cualquier otra manera, no lo fue. Y el mundo que podría ser nuestro mundo, es uno muy parecido; pero no exactamente igual. Un planeta tierra donde la ciencia prima sobre todo lo demás, en el que la sociedad valora más el saber y la cultura que el dinero, la fama y el poder. Llegar a saber en que momento se desvió tanto el universo sería una tarea sumamente complicada. Así una historia tan grande como esta debería comenzar en un día como cualquier otro en la vida de un chico tan normal como cualquiera, con la pequeña salvedad de que estaría destinado a vivir las aventuras más grandes que se recuerden en un mundo como el nuestro; pero no exactamente igual. Un chico llamado Nigel Newton.
Nigel lo intentaba de verdad, se esforzaba con toda su capacidad; pero raramente lograba tener la boca cerrada. Es que le podía la curiosidad. Y como la curiosidad podía más que él, tenía que abrir la boca para preguntar, por muy impertinente que pudiera parecerle la pregunta a quien quiera que fuese dirigida. Por supuesto que no era la intención de Nigel ser impertinente; él solo tenía curiosidad, y como no sabía aguantársela, se había metido en más de un problema. Como el hecho de que casi todas las solicitudes universitarias que había mandado hubiesen sido denegadas o el hecho de estar con la cabeza gacha, sentado esperando en el despacho del director un más que probable castigo.
Lo que más le preocupaba mientras esperaba al director, no era la razón por la que se había metido en este problema, su mente estaba en las cartas de solicitud. Nigel, como todos los chicos de 15 años, estaba por terminar la escuela básica y a partir del próximo curso debía, o bien ingresar en la escuela de oficios y labores o pedir plaza en una universidad para convertirse en un Académico. La verdad es que no tenía muy claro que era lo que quería hacer; pero procedía de una familia con larga tradición de Académicos y como no podía ser de otra forma, lo mismo se esperaba de él. Sus abuelos habían sido Académicos, sus padres habían sido Académicos, hasta su hermano mayor, Balder Newton Jr., estudiaba desde hacía dos años en la Universidad Académico Científica del Medio Oeste. Su hermano siempre lo superaba en todo, era mas listo, más fuerte, más popular, todo el mundo lo veía como el digno sucesor de su difunto padre, hasta le habían puesto el mismo nombre. A Nigel siempre lo veían como el segundón, el torpe, el preguntón. Todo el mundo sabía que Balder Jr. tenía muchos conocimientos, Nigel sólo tenía preguntas. La única razón por la que sabía que no era adoptado era porque había heredado el precoz pelo blanco de su padre. Con su recién comenzada adolescencia, Nigel ya tenía su liso y antes Castaño cabello, de un color gris oscuro. La gente sabía sólo con verlo que era un Newton. Así que se había visto forzado a seguir los pasos de su familia, no es que no quisiera ser Académico, es sólo que se preguntaba si sería un buen… por ejemplo, alfarero.
El proceso de selección universitaria se basaba en tres parámetros: El primero eran las notas de los exámenes de preselección. En ese punto no tenía demasiados problemas. Sus notas eran buenas, no como las de Balder; pero estaban bien. El segundo parámetro le parecía muy injusto, y se refería a las recomendaciones que el aspirante pudiese tener. Un joven de familia Académica tenía más opciones que un chico hijo de zapatero. Eso no le parecía correcto. Y por último, el tercero era la carta de solicitud, que debía ser redactada por él mismo, explicando sus aspiraciones, sus logros hasta el momento y porque le gustaría ir a dicha universidad. Para Nigel esta prueba era la más complicada. Escribió y envió alrededor de 16 solicitudes y en ellas no sabía explicar muy bien sus aspiraciones, no tenía grandes logros científicos en sus años escolares de metepatas, y no tenía claro siquiera querer ir a dicha institución. En lugar de eso la redacción de las cartas estaba llena más de preguntas que de respuestas, ya que divagando sobre el tema se le había ocurrido preguntar cosas como, ¿por qué su escudo tenia tantos arcos? o ¿cuántos años tenia el fundador cuando inauguraron el edificio principal? Después de terminar dichas cartas, llenas de signos de interrogación, finalizaba firmando como solía hacer siempre “Cordialmente N.N.”.
La última de las 16 cartas era la que iba dirigida a la Universidad Académico Científica del Medio Oeste, el alma Mater de su familia, el orgullo para cualquier Newton, aunque él no sabía bien porque. Para él aprender era importante; pero creía que donde aprendieras era lo de menos. Mientras escribía, surgían en su mente múltiples preguntas, las cuales no podía dejar sin exponer. Y como el tema que le intrigaba e indignaba a la vez en ese momento era el de la necesidad de recomendaciones para la admisión, así expuso sus inquietudes de manera que tanto parecía una pregunta como una protesta. Finalmente firmo con sus iniciales y dejó el papel sobre la mesa. Tenía que enviar esta última solicitud y habría concluido.
Nigel tenía la teoría de que su hermano Balder metía siempre sus asquerosos rulos rubios donde no lo llamaban, y lo hacía aun más si eso representaba poder demostrar nuevamente que era mejor que su hermano menor. Y como no podía ser de otro modo, si había una carta encima de la mesa escrita por Nigel, Balder tenía que leerla sin falta.
—¿Te das cuenta que si planteas menos interés que las preguntas que escribes en la carta no ingresaras en la universidad? —dijo Balder.
—¿Y tú te das cuenta que nadie te ha pedido que leas mis cosas?
—Soy tu hermano mayor, tengo el derecho y el deber de controlar tu estupidez.
—Si no eres capaz de controlar la tuya ¿Qué te hace pensar que vas a poder con la de los demás?
Balder y Nigel se querían tanto como dos hermanos se pueden querer. Con aquel amor incondicional que sólo se puede expresar con palabras que normalmente son tapadas por pitidos en la tele. Y se daban aquellos besos de hermanos que sólo pueden ser tan dulces si se dan con los puños. Sí, no hay nada que demuestre tanto el amor fraternal como un ojo morado por la mañana y luego preguntar que hay para desayunar.
—¿Qué hay para desaguar? —preguntó Balder, después de haber besado con mucho cariño a su hermano menor en el hombro.
—Creo que James ha preparado huevos revueltos —respondió Nigel frotándose el hombro con ganas de devolverle el beso con un bate de béisbol en la cabeza. Decidió refrenar su amor.
James era el mayordomo de la familia Newton desde que Nigel y Balder tenían memoria. Desde la muerte de sus padres hacía 7 años, él había cuidado de ellos, tal como estipulaba el testamento de Balder y Stefanie Newton. Era fácilmente reconocible por su ropa de pingüino alargado y su absoluta falta de pelo. Era un hombre estricto en lo que se refiere a educación; pero siempre tenía un consejo o unas palabras de ánimo en el momento oportuno. No era muy cariñoso, pero se notaba que les profesaba afecto a los muchachos. Aunque a veces tuviese ganas de colgarlos de la antena más alta del tejado en un día de viento. No existe ningún buen padre que no sueñe con eso de vez en cuando. Como el mismo decía – Para una cosa que me encargaron los señores Newton, que no se diga que no lo he intentado.
—Me largo. Esta es mi última carta y tengo que llevarla al correo.
—¿No desayuna, señor? —pregunto James, entrando con un plato grande de huevos revueltos con bacón.
—No tengo tiempo, quiero terminar con esto de una vez.
—¿No habráfs firmado todaf las cartafff N.N, verdaff? —dijo Balder con la boca llena.
—¿Por qué lo dices?
—Porque es una soberana estupidez. No has conseguido nada importante en tu primera etapa estudiantil, no sabes decirles que quieres hacer de tu vida y encima la única ventaja que podrías tener, “TU APELLIDO”, la conviertes en una anónima N —después de oír aquel argumento, Nigel se sintió entupido.
—¿Crees que soy estúpido? El Apellido lo pongo después, so tarado —salió corriendo antes de que a su hermano se le ocurriera darle otra muestra de afecto.
¿Cómo podían pasarle estas cosas? La gente le decía que era inteligente. Quizás se habían informado mal. Todas las cartas escritas estaban firmadas igual. Es verdad que si una universidad se dignaban a admitir a aquel N.N. no les costaría encontrarlo mediante la dirección del remitente. Al menos le quedaba una última carta con la que corregir su error. Pero cuando llegó al buzón de correos y estaba a punto de escribir su nombre se dio cuenta. En todas sus solicitudes se había preguntado si era justo que un aspirante con recomendaciones tuviese prioridad sobre un muchacho de clase baja con grandes sueños; pero sin una sola referencia. Se sintió hipócrita con su lápiz en la mano y decidió que Nigel Newton debía tener el mismo trato que Nadie Ningunín. Soltó la carta dentro del buzón.
Así que Nadie Ningunín comenzó, con gran orgullo y la frente bien alta por sus actos, la feliz vuelta a casa. Vuelta que duró como mucho cinco pasos, antes de regresar corriendo lo más rápido que pudo al buzón. Según la física, lo que suele pasar cuando uno corre todo lo rápido que puede hacia algo que esta a menos de 5 pasos, es que uno se da un porrazo proporcional a nuestra velocidad contra el objeto en cuestión. Cuando se recuperó de la realidad física que acababa de experimentar, se incorporó y trató de meter el brazo por la ranura del buzón para extraer su carta. Pero como debemos recordar, este es un mundo como el nuestro, pero no exactamente igual. En un mundo así el tiempo necesario para correr 5 pasos no es suficiente para recuperar una carta de un buzón, ya que los carteros no existen. Los buzones de correos están conectados mediante una red de tuberías subterráneas que absorben las cartas a presión y que las llevan hasta la oficina central. Allí son organizadas y catalogadas, y son enviadas por una segunda red que conecta la central a los buzones de cada casa. Es un sistema rapidísimo que permite que (en teoría) los mensajes puedan pasar de las manos del remitente al destinatario en tan solo 40 minutos (En la practica tardan de 3 a 4 días por temas burocráticos). Así que para cuando Nigel trato de alcanzar su carta, lo único que pudo sentir fue la succión de la red de correos tirando de él. Tardo 2 horas en volver a casa, de las cuales 1 hora y 45 minutos los pasó desatascando su brazo. La buena noticia es que podría alcanzar el estante alto de las galletas un par de días. La mala era que para todas las universidades su nombre era Nadie Ningunín.
Así pasaron varios días, y mientras su brazo recuperaba su largo habitual, fue recibiendo algunas cartas con encabezados que decían cosas como “Lamentándolo mucho…” o “Apreciamos su solicitud; pero…”. Al cuarto día el buzón expulsó una carta diferente —“Felicidades por su ingreso…” —Se alegró bastante hasta que leyó “…estamos orgullosos de admitirla, señorita Nina Nagata, su padre ha contribuido mucho con…” —Estuvo tentado en aceptar la plaza, pero no le convencía tener que hacerse pasar por chica. Llegaron 15 cartas, todas de rechazo menos una, pero esa no contaba. Y la última carta, la de La Universidad Académico Científica del Medio Oeste, se hizo esperar.
Esa semana sus nervios estaban de punta. Y con un estado de ánimos así era más complicado contener su facilidad para abrir la boca en los momentos menos oportunos. Y por eso había acabado donde estaba ahora en la sala del director. Quería saltar por la ventana, las pocas posibilidades que tuviese de ingresar a una universidad se veían reducida si descubrían que la última semana había tenido que ir castigado a dirección. El pánico lo invadió, y cuando el pánico lo invadía era el momento de tomar decisiones entupidas, como por ejemplo aprovechar que aun no había llegado el director para salir huyendo. Se puso en pie y estaba a punto de correr cuando se abrió la puerta tras él. Nigel se quedo petrificado cuando alguien entró. La persona no dijo palabra, hasta que se acercó al escritorio. Entonces saludó.
—Hola, muchacho. —Era un joven no mucho más alto que él. No lograba ver su cara pues le daba la espalda mientras miraba al ventanal de la oficina, solo veía que llevaba puesta una chaqueta azul y un gorro vinotinto en la cabeza.
—Hola —respondió.
—Así que castigado ¿eh? —pregunto el joven.
—Bueno, no se aun si me van a castigar.
—Seguro que si. —El desconocido se agachó detrás del escritorio, como buscando algo.
—Bueno yo espero que no. Es decir, ¿Por qué deberían castigarme sólo por preguntar algo, por otro lado totalmente lógico?
—¿No sabes callarte verdad? —el tipo se levantó.
—Lo intento.
—No lo hagas. Si crees que vale la pena preguntar, hazlo. “Saber hacer las preguntas adecuadas es más importante que conocer las respuestas”. Me lo dijo un gran hombre. Aunque al principio no le entendí.
—Ah. —Nigel comenzaba a pensar que ese joven era algún loco—. Hablando de eso. ¿Qué haces tú aquí?
—Esa es una buena pregunta.
—¿Y bien?
—Que es una buena pregunta; pero te aseguro que esa pregunta es más interesante que la respuesta. Por cierto, que raro el destinatario de esa carta ¿no?
—¿Qué carta? —El joven salió de la oficina sin dar la cara ni una vez.
Nigel se quedó sólo de nuevo, y se dio cuenta que seguía de pie. Retomó el hilo de su idea de salir huyendo, pero prefirió quedarse. El pánico había pasado y sin él era más fácil ver lo estúpido de su plan. En lugar de huir se quedó pensando en el extraño individuo y en sus crípticas palabras.
Nigel vivía un mundo regido por las ciencias y la tecnología, un mundo donde te podrías encontrar experimentos explotándote en la cara en cada esquina, un mundo en el que los chicos de 15 años van a la universidad para aprovechar al máximo sus capacidades. Nigel vivía en ese mundo. Y así era su mundo porque no era de otra manera. Si alguien hubiese tomado una decisión en vez de otra en un momento determinado de la historia, en lugar de existir su mundo existiría el nuestro. Y si Nigel hubiese salido corriendo en lugar de quedarse para ver que había sobre el escritorio su vida habría sido muy distinta. El mundo de su futuro habría sido muy parecido al suyo; pero no exactamente igual.
Cuando se asomó al escritorio, sobre él había una carta que comenzaba diciendo —“Estimadísimo señor o señorita N.N…”
Espero que haya sido del agrado del lector. Para conocer el contenido de la misteriosa carta tendremos que esperar al segundo capítulo, que publicaré dentro de dos semanas.
Dentro de siete días tenemos una cita con el Samurai sin nombre. El cual nos dejará muy claras cuales son las convicciones en las que cree, cuando libre un duelo en el camino.
Saludos y nos leemos.
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