Luz Verde


luzverde

   Un ayudante de nivel inferior mantuvo la puerta abierta para que pasara Elisa. Nunca había entrado en aquel despacho. Era espacioso, con una mesa alargada de reuniones y ninguna ventana, en las paredes había dos pizarrones de los antiguos. Tenía poco más de un año trabajando como analista de defensa en aquel edificio, y no había visto ningún despacho que careciera de ordenadores o pantallas. Dentro la estaban esperando dos hombre y dos mujeres. Conocía únicamente a uno de los hombres, el resto sólo de vistas. Tras de ella, entró en el cuarto su supervisor, Alan Blair.

   —Retírese y cierre la puerta. —dijo Alan dirigiéndose al ayudante que les había abierto—. Bueno, todos me conocen y entre ustedes también. La única incorporación es Elisa Miller —presentó al grupo—. El resto son, Anna Torv, James Epstein, Poul Flaherty y Claire Connor, ella viene sólo para observar. En cuanto a los puestos, basta con saber que tienen autorización para lo que vamos a hacer hoy aquí.

   Alan repartió a cada uno carpetas amarillas llenas de documentos. Elisa cogió la suya, en la cubierta había una pegatina que decía “INFORME: BLACK KARMA 012D”

   —¿Dígame que hacemos aquí Alan? —preguntó Elisa.

   —Esto es un grupo de análisis de urgencia, de esta reunión debe salir un informe para recomendar o desaconsejar un ataque contra un objetivo vital. Y tenemos que tomar una decisión en menos de 5 horas. Desde el momento en que entramos aquí y hasta que tengamos un informe no podremos salir ni a mear.

   —¿De que objetivo estamos hablando? —quiso saber Poul—. Vallamos al grano y así nos dejamos de rodeos.

   —Bueno, estamos hablando de KARMA una operación de investigación y vigilancia de alta escala. Dedicada básicamente a encontrar a los miembros más importantes de la organización terrorista hijos de la llave. Como lamentablemente todos sabemos, responsables del mayor atentado terrorista sobre suelo americano.

   —Todos sabemos lo que pasó en la casa blanca, Alan —le cortó Poul impaciente—. Y conocemos la postura del nuevo presidente. Lo que queremos saber todos es que tan vital es el objetivo. ¿No habremos localizado a….?

   Alan hizo un gesto de asentimiento y lanzó una fotografía de archivo al centro de la mesa. En ella se veía a un hombre bajando de un helicóptero. Impreso en la hoja se leía el nombre Asthmir Hassam, líder de Hijos de la llave.

   Los latidos Elisa se aceleraron. Sus ojos se clavaron en aquella foto y sintió como un fino hilo de sudor bajaba por su sien. Lo tenían en frente, habían localizado al hombre que planificó y ordenó el asesinato del presidente de los Estados Unidos de América.

   —No me jodas —exclamó Anna—. ¿Qué coño hacemos discutiendo sobre esto? Que le metan un tiro y a otra cosa.

   —No es tan sencillo —acotó Alan.

   —Sea sencillo o no. No entiendo porque debemos tomar una decisión así nosotros —dijo Elisa—. Esto debería deliberarlo el estado mayor.

   —Y así lo están haciendo. Nosotros no tomamos decisiones, solo debemos redactar un informe donde aconsejemos o no el ataque. Ellos lo mirarán y puede que le hagan caso o que lo ignoren.

   —Sigo sin entender el porque habría que redactar informes. ¿En verdad lo están dudando? —añadió Anna.

   —Corrígeme si me equivoco, Alan —habló James—. Pero supongo que necesitan puntos de vista, porque el asunto no debe ser seguro. —Miró a Claire, que no hizo gesto alguno tras sus gafas oscuras.

   —Estás en lo cierto, James. Hay algunos puntos poco claros. La fotografía de la confirmación no es esa. Es esta. —La foto que les mostró no era tan clara como la anterior, estaba bastante pixelada y atravesada por una sombra. Si las mirabas bien se podía intuir que era el mismo hombre.

   —¿Esto es lo más que se pudo definir?

   —Sí, Poul. La foto está lo más clara que se puede sin llegar a alterarla.

   Elisa la cogió para poder apreciarla con detalle.

   —¿Qué porcentaje de seguridad nos da el avistamiento?

   —Es una foto tomada por una agente desde una mesa cercana en un bar. El objetivo estaba en el interior. Sumando la foto y la fiabilidad de este agente en particular, tenemos una seguridad del setenta por ciento de que es nuestro hombre.

   —Un setenta no es un cien.

   —Obviamente.

   —A mi me vale un setenta. Por amor de dios, con un veinte le pegaría un tiro a ese hijo de puta. Mi marido estaba en Washington ese día, la gente se volvió loca. Un policía casi lo mata por ser mulato, creía que era árabe.

   —Todos vivimos esas semanas de histeria Anna. Yo mismo voté que sí al referéndum constituyente que ampliaba la ley patriot. —James miró la foto—. Renunciamos a mucho cuando se reescribió la cuarta enmienda. Pero aquí se nos pide un informe objetivo. Y maldita sea, no pienso pegarle un tiro a nadie sin tener antes todos los datos.

   La mujer de las gafas se acomodó en la silla mientras Elisa comenzaba a leer los informes de su carpeta.

   —En primer lugar —comenzó a hablar Elisa—, nadie va a pegarle un tiro. Se estima un ataque aéreo dentro de ocho horas. Al parecer el objetivo se ha citado en un edificio para una reunión. No nos dicen la ubicación, siquiera sabemos el país.

    —¿Cómo pueden pedirnos un análisis sin saber en que ciudad es? —preguntó Poul—. No es lo mismo disparar en medio de Manhattan que en el desierto de Nevada.

   —Por razones de seguridad no se puede decir cual es la ubicación del objetivo —respondió la mujer llamada Claire—. Basta con que supongáis una zona semejante a las afueras de Nayaf.

   —No es Nayaf, ¿verdad?

   —No.

   —¿Al menos es Irak?

   —Déjalo, Poul. No nos permiten saber eso —quiso tranquilizarlo Alan.

   —Los datos que se os facilitan son suficientes para el análisis. Si tenéis alguna duda podré guiaros con información equivalente.

   —Yo sigo buscando una razón para no dar el visto bueno y no logro encontrarla.

   —Te daré una, Anna.  Uno de los edificios circundantes está habitado — dijo James con el informe en mano—. Se calcula que el bombardeo le afectaría.

   —¿Numero de bajas civiles? —preguntó Elisa.

   —Entre seis y diez.

   —Daños colaterales. Son constantes en las guerras.

   —Sí Anna; pero en este edificio viven cinco niños.

   —No es tan preocupante, James —agregó Poul—. No nos van a decir que hora será en dicho país dentro de ocho horas, ya que nos ayudaría a deducir el lugar. Pero sabemos que será por la mañana y los niños es probable que vayan a clase.

   La mujer llamada Claire se inclino.

   —Lo lamento; pero la escuela cercana fue cerrada. A menos que por casualidad los niños salgan a jugar lejos del área, deberán suponer que son bajas confirmadles.

   Todos los presentes se quedaron en silencio, pensando en lo que suponía su próxima intervención.

   —¿Vamos a matar a cinco niños inocentes? —saltó Elisa.

   —No me gusta, pero eso supone el final de los hijos de la llave.

   —No me creo lo que dices. No eres madre, ¿verdad Anna?

   —Sí lo soy. Y en mis hijos pienso cuando creo que podemos acabar con ese hombre. Y no veo como una chica tan joven puede sermonearme sobre el sentimiento materno.

   —No tengo hijos, pero tengo hermanos pequeños. No me gustaría que volasen el edificio donde viven, aunque el rey de los terroristas estuviese en él.

   —Pero no volaran el edificio de tu familia.

   —¿Qué dirías si fueses la madre de esos niños?

   —Si fuese la madre de esos niños no tendría el acceso de seguridad para entrar en esta sala. Y si mis hijos estuviesen en peligro no me habrían llamado a esta reunión.

   —Las víctimas civiles deben ser consideradas daños colaterales —se interpuso Alan—, aunque no nos guste. Es nuestra labor determinar si con los datos que tenemos y las consecuencias que dejaría a su paso, resulta viable ordenar un ataque.

   —¿Viable en que sentido? —Elisa seguía enfadada, pero intentó controlarse.

   —Si la muerte de cinco niños representa un mayor problema mediático que el beneficio de acabar con el objetivo.

   —¿A eso se reduce? ¿Consecuencias de imagen? ¿Qué hay de la vida humana?

   —También se valora; pero seamos sinceros. Este es un objetivo de máxima prioridad. Delante de él Bin Laden habría sido secundario.

   —Está bien, Alan. ¿Cuáles son los datos?

   —A las 2:00 hora de la costa este, se tiene prevista la llegada en coche del objetivo a un edificio de las afueras de… digamos Nayaf.   A esa hora se prevén entre seis y diez bajas civiles, incluidos cinco menores. A la confirmación de que el objetivo está dentro, se procederá al ataque, mediante bombardeo de misiles de un caza.

   —¿No hay manera de ser más sutiles? —pregunto James.

   —Es imposible asegurar la baja del objetivo con un equipo de incursión. La zona esta muy protegida y muchos factores podrían comprometer la misión. Puede que después de esto no volvamos a encontrarlo si llega a escapar —respondió la mujer llamada Claire.

   —Bueno, yo soy nueva en esto. ¿Cómo podemos aplicarla objetividad a una cuestión como esta?

   —Mediante una formula —dijo Poul—. Tú eres el matemático, James. ¿Por qué no la explicas?

   —Bueno, básicamente se aplican una serie de datos para obtener un índice.

   —¿Qué datos? Como dije, soy nueva mandando bombas contra niños.

   —Por un lado tenemos el nivel de prioridad del objetivo, se mide por una escala numérica. Luego índice de conformidad de su identidad, en este caso nos proporcionan un cero punto siete. El porcentaje de éxito de la operación es bastante elevado, teniendo en cuenta que vamos a volarlo. Y por el lado contrario colocaríamos la baja aceptación mediática del hecho y las víctimas. Las víctimas seguras se cuentan diferentes que las posibles bajas. Y por supuesto los niños cuentan más en contra de la decisión. El resultado nos dará un índice, si el resultado es mayor a 0,5 se puede aprobar. La verdad, es muy simple, parecida a la formula que usan las aseguradoras para decidir cuanto pagan por una póliza.

   —Sí, exactamente igual —dijo Elisa.

   —Dime, James. ¿El índice es favorable para el ataque?

   —Sí, Alan, lo es.

   Elisa se sentía incómoda. Se apartó las gafas de la nariz y comenzó masajearse la zona entre los ojos.

   —¿Cuántos niños harían falta para un informe desfavorable? —quiso saber.

   —Con uno más sería suficiente.

   —Por tanto el ataque se va a realizar, ¿no es así?

   —Es muy probable —le respondió Alan.

   —Esto es increíble. Vamos a supeditar la vida de cinco niños al hecho de que no tienen un sexto hermano.

   —Así son las cosas.

   —¿Cómo podemos estar seguros de que no hay algún niño más en el edificio? No sabemos siquiera, a ciencia cierta, si el objetivo es el correcto. Podría haber un niño fuera o escondido cuando se realizó la investigación.

   —Esos razonamientos no entran dentro de sus obligaciones —intervino la mujer de las gafas oscuras—. Deben confiar en los datos. No hay lugar para las dudas.

   —Claro. —Elisa le echó a la otra mujer una mirada asesina.

   Alan se aclaró la garganta para tomar la palabra y las miradas entre los presentes se cortaron de golpe.

   —Bueno, ya conocemos la situación. Debemos votar sobre si aconsejar el ataque. Delante vuestro tenéis una tarjeta con dos caras. Si estáis de acuerdo con la incursión poned la cara verde para arriba, de lo contrario volteadlo por el lado rojo. No todos los motivos tienen que ser matemáticos, los motivos morales también  son tomados en cuenta. Comencemos de izquierda a derecha.

   La mujer llamada Claire se apartó sin dejar de observar al grupo. Sus ojos se clavaron en la nuca de Elisa  y ella lo sintió casi como n ataque personal.

   La primera en votar fue Anna. No tardó ni un segundo en dar la vuelta a su tarjeta para mostrar la cara verde.

   —Me parece una tontería deliberar en este caso. Nuestro deber, tanto objetivo como moral es deshacernos de esa mierda.

   Fue el turno de James, tampoco dudó; poro colocó la cartulina verde con cierto nerviosismo.

   —Objetivamente no hay duda de cual es el camino a tomar. El objetivo es demasiado importante. —Eran dos votos verdes.

   Poul lo dudó bastante más.

   —No me siento cómodo usando a niños como datos empíricos. No creo que esto sea una decisión que daba tomarse a la ligera. Pero es verdad que el riesgo de que este tipo se nos escape es demasiado grande. Creo que le daré luz verde. —Ya eran tres, la decisión parecía tomada.

   Llegó el turno de Elisa.

   —Dime una cosa, James. En tu formula objetiva. ¿Qué vale más, la vida de un niño árabe o la de uno americano?

   —La vida de uno americano —dijo un poco avergonzado.

   —¿Cuántos niños americanos harían falta para dar luz roja, aun teniendo una confirmación del cien por ciento?

   —Uno solo.

   —Entonces no me vengas con que esta formula es objetiva. Cuando solo mide los posibles votos que perdería el presidente. —La tarjeta estaba en rojo desde el principio, pero aun así no podía hacer nada contra los otros tres.

   —Perdón, ¿puedo cambiar mi voto? —preguntó Poul—. Mi postura no estaba muy clara, pero creo que Elisa me ha hecho decantarme.

   —Por supuesto —le respondió Alan.

   —Pues voy a decir que no estoy de acuerdo. —Al darle la vuelta a su tarjeta los colores se equilibraron en un dos a dos.

   Elisa miró a Alan, su mentor, a los ojos y no supo distinguir lo que estaba pensando. Cuando se fijó en la tarjeta de este, la cara roja apuntaba para arriba. Alan la cogió y le dio la vuelta.

   —Un objetivo militar de tal calibre no puede ser obviado por cuestiones sentimentales. Mientras ese hombre siga suelto muchos niños correrán peligro, tanto americanos como árabes. No hay distinción.

   Alan y Elisa cruzaron sus miradas, en los ojos de ella había decepción, en los de él culpa. Alan hizo un movimiento con los labios que a ella le pareció distinguir como un “lo siento”.

   —Redactaremos un informe favorable al ataque —continuó Alan—. No os preocupéis, en él quedarán claros los informes en minoría y las razones que tenéis para no aprobar la acción.

   Cuarenta minutos después habían redactado el informe y los seis individuos salían de la habitación. La mujer de las gafas hablaba con Alan.

   —Buen trabajo. Supongo que entiende que los informes en minoría deberán ser archivados.

   —Lo comprendo perfectamente. Conozco mi trabajo.

   —Sólo quería asegurarme. —El móvil de la mujer sonó y se apartó para contestarlo. Entonces se acercó Elisa para hablar con su supervisor.

   —No soy entupida. Se que cualquier desacuerdo quedará suprimido del informe final.

   —No es tan simple como crees.

   —La verdad es que sí lo es. Por eso estaba esa mujer aquí. Lo que no comprendo es porque mandar a recomendar su decisión, si esta ya estaba tomada.

   —Para justificarla. Por eso no han pedido un informe, han pedido al menos una docena, a diferentes oficinas como esta. Y en cada una de ellas un observador decidía si se tomaba en cuenta o simplemente se desechaba.

  —Justifican sus actos diciendo que un montón de expertos los recomiendan —entendió Elisa—. Pero solo tienen expertos que recomiendan lo que ellos ya decidieron hacer.

   —Correcto.

   —Podrías haber votado rojo.

   —Me destruirían en poco tiempo.

   —¿Y porqué me trajiste a mí a esa reunión? Sabias que no estarían de acuerdo.

   —Quería que vieras como funciona el mundo.

   —Funciona de pena.

   —Están en todas partes y lo controlan todo. Nosotros lo permitimos y les dimos el poder de hacerlo. Solo necesitan una escusa para hacer lo que ellos quieren. El resto de su trabajo es distraer la atención.

Elisa se sentía abrumada. La rabia la invadía mientras miraba a la mujer llamada Claire hablando desde su móvil unos metros más allá.

   —Es como aquel chiste —agregó ella—. El De la jirafa. ¿Lo conoces?

   —No lo se.

   —Están el presidente de la ONU, el secretario de defensa y el presidente de la nación en un bar. Y el secretario le dice al de la ONU. “Podemos acabar con la guerra mañana mismo, pero tenemos que hacer algo horrible”. El presidente de la ONU le pregunta que cómo. A lo que el secretario de defensa le responde “Tenemos que volar un edificio y en el morirán ciento cincuenta árabes y una jirafa”. El presidente de la ONU se queda muy sorprendido y le pregunta “¿Una jirafa?”. Entonces el secretario se da la vuelta y le dice al presidente al oído “¿Lo ve? Le dije que si matábamos a una jirafa nadie pensaría en los árabes”.

   Alan se quedó muy pensativo.

   —Hace años debió ser la mar de divertido, lo malo es que hoy en día no es un chiste. Es real —concluyó Elisa y se fue sin despedirse

   Mientras ella se alejaba por el pasillo, Alan le entregó el informe preliminar a Claire sin que esta se quitara el aparato de la oreja. Cuando el supervisor se hubo marchado comenzó a hablar con total libertad.

   —No se preocupe, señor. He hablado con los otros nueve observadores. Todos los equipos han dado luz verde a la acción. —Un  murmullo se escuchaba desde el auricular—. Casi ningún analista ha opuesto resistencia. —Otro silencio—. Sí, en el equipo que he vigilado ha habido alguna opinión contraria; pero nada de lo que preocuparse, los reportes en minoría serán eliminados. Y la joven estará bajo observación. —Habló nuevamente el murmullo—. Con el visto bueno de las agencias de inteligencia su decisión estará totalmente justificada. Nadie querrá mirar más allá y luego sucederá todo lo que deba suceder. —Un nuevo silencio—. No debe preocuparse por eso, si ha de desaparecer desaparecerá.

   La mujer siguió hablando mientras se apagaban las luces del pasillo tras ella. Susurraba al teléfono, pues recordaba perfectamente que a veces a las paredes les salían oídos. La puerta que la llevaba al exterior se cerró tras de si dejando el corredor vacío.

   —Los accidentes a veces pasan, no hace falta para eso ninguna justificación. —Y todo quedó a oscuras.

Escrito por: Luis A. R. Selgas.
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