Mi madre me enseñó a llegar siempre tarde a las citas. No lo hizo a propósito, solo era una mala costumbre que trasladó a su hijo. Ella siempre llegaba tarde, hoy lo hacía yo, al hospital, el día que ella iba a morir. Supongo que me perdonaría, ella llegaba tarde a su propia muerte tres años. ¿Qué podían importar un par de horas más? Sigue leyendo