Sangre de Dios


Jóvenes Dioses

Sangre de Dios.

Hoy quería traer un relato especial. Se trata de uno de los capítulos de Jóvenes Dioses, la novela que me afano por escribir en estos momentos. Aun queda mucho camino que recorrer a los personajes, espero que este pequeño aperitivo sea agradable para los lectores.

Dedicado a todos los hermanos, pero sobre todo a dos.

sangre de dios

Bestiaseca era la segunda ciudad en importancia de las tierras de los dioses guerreros, justo por detrás de Fuerte de sangre. No es que fuese de las más grandes o más pobladas, ni siquiera sus recursos eran especialmente abundantes. Lo que hacía de esa ciudad tan importante era su ubicación. Y es que los dioses de la guerra se toman muy en serio los puntos estratégicos. Se encontraba asentada en el valle formado por la cordillera este de las montañas Palarios, en plena frontera con las tierras de los dioses sombríos. Contaban las historias que, la ciudad se había llamado antiguamente Bestianoche y había sido arrebatada a los sombríos en una antigua guerra de la que ya no se acordaba nadie. Pero hacía mucho que los dioses guerreros vivían en la ciudad, tan pacíficamente como su temperamento volátil les permitía. No se mataban muy a menudo, que ya es mucho decir.

Yori-Boro intentaba correr, su complexión fofa no lo ayudaba mucho en su empeño, así que más bien se bamboleaba por callestrecha, que era la avenida más larga y transitada de la ciudad. Los puestos de herreros y frutaesencia se amontonaban a ambos lados, compitiendo por quien gritaba más alto las ofertas del día. Los carniceros tampoco se quedaban atrás. Yori tropezó y fue rodando hasta chocar con la mesa de un vendedor de espadas de estilo clampatos. Las armas se esparcieron por el suelo y el tendero las recogió malhumorado. No ayudó a Yori a levantarse, nadie lo hizo. Y es que entre los dioses guerreros estaba muy mal visto ayudar a alguien a ponerse de pie. Lo veían como una falta de respeto. Y más aún si ese alguien era uno de los hijos de Andro-Boro, el general tribal. El joven dios se puso de pie, era fácil reconocerlo como el menor de los gemelos Boro, su piel era azul claro, como la orilla del mar, su prominente panza era de sobra conocida, como su apetito. No tenía ni un solo cabello en la cabeza, lo cual le daba el aspecto de una pelota encima de otra pelota mayor. Pero lo más destacado era su esfera divina, con la marca inconfundible de la familia Boro; un triángulo espiral con las tres puntas salientes, cuales garras de depredador. La fuerza que transmitía el símbolo contrastaba con el color rosa pálido de la superficie del globo. A Yori le avergonzaba el color, pero aún no sabía cómo cambiarlo.

El joven se sacudió el polvo de la barriga y los hombros. A punto estuvo de disculparse; pero a su padre no le habría hecho mucha gracia que un hijo suyo pidiera escusas a un tendero. Hizo un pequeño ademán con la cabeza, que siempre podría negar de ser necesario, luego siguió corriendo.

***

Carto-Boro miró la gradería en busca de alguien. Faltaba su hermano menor. Sólo era mayor por una décima de segundo, pero ese corto periodo había sido suficiente para que se parecieran tan poco como el agua y la lava. Para empezar la piel de Carto era naranja pálido, lo cual le daba un aspecto mucho más aguerrido; pero su color no era indispensable, ya que era alto, fuerte y musculoso. Además tenía una mata de pelo carmesí, que siempre ataba concienzudamente en una coleta. En general, los dos gemelos Boro no se parecían en nada, excepto en sus grandes ojos, blancos y brillantes como perlas.

Aquel era un día importante para Carto, y Yori lo sabía. Pero era difícil culpar a su hermano pequeño. Le costaba infinitamente llegar a un lugar a tiempo, después de todo, era el dios más torpe que había en todas las tierras de guerra. Su padre sí que se encontraba entre el público. Estaba sentado en el palco especial de la cúpula militar. Su mirada severa se clavaba en la esfera divina de Carto. Era del color de la tierra, y llevaba la marca inconfundible del triángulo espiral.

El ligero viento de Bestiaseca no se colaba en el interior del coliseo. La gran construcción en forma de ovalo estaba surcado por arcos; pero estos estaban bien cerrados con puertas y ventanas de cristal thalino. Alrededor de la parte baja de las gradería se encontraban grandes contenedores de vita pura, y detrás de ellos el público. Habría al menos doscientos dioses observando al joven en medio de la arena. El general Boro hizo una reverencia y Carto asintió. Entonces su padre se puso en pie y con su fuerte brazo dio un puñetazo a la superficie de piedra que tenía frente a él. Una especie de grieta luminosa se extendió por el aire, quebró el suelo de la arena y estalló en mil pedazos multicolor que desaparecieron como polvo de cristal. Carto vio como la vita de algunos contenedores se había desustanciado. Y ahora, como venido de otro mundo, se sentía el soplar del viento. Y es que venía de otro mundo, uno creado por los dioses de la guerra con el objetivo único de servir para el juego que estaba a punto de comenzar. Carto ya no estaba en medio de la arena seca y amarilla del coliseo. Hasta allí se había trasladado un paisaje selvático de múltiples colores y olores. Se podía sentir la humedad, el hedor y el zumbar de los insectos. Un rugido proveniente de los matorrales hizo perder la compostura a algunos de los espectadores; pero no a Carto. El general Boro sonrió desde su palco, estaba plenamente orgulloso de su hijo mayor. No así de Yori. ¿Dónde estigias se había metido Yori?

—Vamos hermano, aparece de una vez o vas a perderte lo más divertido —dijo Carto para sí mismo.

La bestia saltó de entre la maleza. El juego había comenzado.

***

Yori chocó con la espalda de un dios. Era una espalda alargada y flacucha, pero con una musculatura bien definida. Unos brazos desproporcionadamente alargados cubiertos de plumas blancas le dieron un adelanto de quién podría ser. Cuando el dios se dio la vuelta unos ojos pequeños y un prominente pico entonaron una expresión de sorpresa.

—Querido Yori, pero si eres tú —saludó Ran-Facum, consejero y amigo de su padre.

—Saludos, Ran —respondió el joven. Inclinando la cabeza ante el dios ave y la persona que lo acompañaba.

—Estoy atendiendo algunos asuntos de tu padre. Este es Cuacu, un amigo.
—Cuacu saludó desde detrás de una profunda capucha mientras su esfera, amarilla y negra, giraba a su alrededor—. Pero dime, ¿qué haces tú aquí? Deberías estar presenciando la ceremonia de valor de tu hermano.

—Sí, por supuesto. Iba directo hacia allí. Pero creo que he cruzado a la derecha en lugar de la izquierda en callestrecha, y al tratar de regresar sobre mis pasos, temo que me he perdido.

—El hijo de Andro-Boro no sabe dónde está. Sería una sorpresa si no te conociese desde que tus padres te dieron forma. —El pájaro sonrió con su largo pico de águila.

—En efecto, no sabría llegar hasta el coliseo sin ayuda.

—No te preocupes, muchacho. Me has encontrado a mí, y por mis plumas que no me cuesta nada echarte una mano. —Ran se apartó del encapuchado, dejándolo esperar para guiar a Yori—. Ahora te encuentras en callemora, estamos al sureste del coliseo. Si tomas aquel camino, el que te señalo con mi esfera, volverás a callestrecha. Debes cruzar en la tercera esquina y de ahí recto hasta la plaza pétrea. Cuando llegues no tendrás perdida, pues el coliseo se ve desde allí muy bien.

—Te lo agradezco. No te robaré más tiempo.

—Claro, claro —respondió el dios emplumado volviendo con el encapuchado—. Procura no llegar muy tarde.

—Eso intento. —El joven se marchaba, pero se detuvo un instante—. Ah, una cosa más.

—Dime, chico azul.

—Si es posible, no le comentes a mi padre que me he perdido —pidió Yori avergonzado.

—Mi pico es grande, pero no saldrá palabra sobre este asunto. Ve tranquilo.

—Gracias, Ran. —Y siguió adelante.

***

El público asistente aclamaba a Carto. La selva había aparecido en la arena hace más de cinco minutos y él sólo tenía unos rasguños en el brazo derecho. El mayor de los hermanos Boro se permitió un instante para mirar a la gradería. Había bastante espacio entre las ramas altas de los árboles y palmeras para permitir la vista. Centenares de esferas orbitaban a sus amos, pero ninguna era rosa. Yori aún no había llegado. Si el general notaba su ausencia, lo disimulaba muy bien. Estaba totalmente concentrado en la ceremonia. Incluso más concentrado que Carto. El objetivo del ritual era que el cazador lograse arrancar una de las escamas de la bestia, eso le daba la categoría de guerrero. El record estaba impuesto por el mismo general, que logró hacerse con su escama en tan sólo nueve minutos y veinte segundos. Carto quería conseguirlo antes, quería superar a su padre.

La bestia apareció como de la nada. El zarpazo que lanzó fue tal que le arrancó al dios una de las placas pectorales de la armadura. Se escucharon los gritos de terror de algunos espectadores; pero no el de Andro, impasible en su asiento.

El animal era enorme, no era la típica bestia de entrenamiento, que se podía rodear con los brazos. Su cabeza llegaba al menos hasta el pecho de Carto, y sus garras podrían arrancarle la cabeza, sin duda, si se la dejaba al alcance. Sus escamas producían un brillo que parecía multicolor, pero no eran más que mil tonalidades del mismo negro. Las placas escamosas eran tan compactas que daban la impresión de ser una piel recubierta de costras impregnadas en betún. Se movía con ligereza y agilidad felinas, hasta su larga cola trazaba curvas con gracia. Los cuatro ojos miraban a Carto con hambre carnívora y la inteligencia de un depredador frio y asesino. El animal se lanzó sobre Carto-Boro mostrando las tres hileras de afilados colmillos. El muchacho no pudo hacer más que extender los brazos y atrapar las mandíbulas para evitar ser devorado. Cayó al suelo forcejeando contra la bestia, pero no podía encontrar nada con lo que defenderse, sólo veía dientes intentando desgarrarlo. Su espalda golpeó una y otra vez contra el duro suelo, dejando lo marca del relieve de su armadura. Entonces el depredador se levantó con las dos patas traseras, haciendo que Carto perdiera la sujeción con la mandíbula. El muchacho quedó tendido boca arriba cuando la bestia se dejó caer con todo su peso y las fauces bien abiertas. El joven dios hizo un movimiento de manos y su esfera divina golpeo al animal en la cara. Volvió a golpear una y otra vez mientras giraba en su órbita. Utilizaba su globo como si se tratase de una bola encadenada. Y funcionaba bien, pues el público volvió a vitorear. La bestia retrocedió de puro pánico ante el arma esférica. Carto notó el hilillo de sangre que se escurría de entre sus dedos heridos, se sacudió y la arena del suelo quedó impregnada por las gotitas rojo brillante, el color de la sangre de los dioses de la guerra.

***

Después de haber seguido al pie de la letra las indicaciones de Ran, Yori-Boro habría estado nuevamente perdido, si no fuese porque por mera casualidad había llegado hasta su destino. Levantó la cabeza estirando así su rechoncha papada. Allí se encontraba el magnífico coliseo de Bestiaseca. Cada columna de piedra sostenía un arco y cada arco estaba bien sellado con ventanas y puertas de cristal thalino. Todos y cada uno de los accesos a la arena estaban cerrados a consciencia.

Yori llegó hasta uno de los portales y golpeó con fuerza, no era mucha para tratarse de la fuerza de un dios de la guerra; pero era la que el joven Boro tenía. El cristal tembló un poco ante el esfuerzo, pero no daba señales de poder abrirse.

Había llegado tarde, de hecho ya lo sabía; pero pensó que encontraría una forma de colarse. No creyó que cerrarían las puertas a cal y canto. Eso, sin duda, había sido una orden del general. Los dioses asistentes a los espectáculos en el coliseo, solían entrar y salir a placer. Pero hoy era la ceremonia de valor de Carto, seguramente querría que el público se quedase de principio a fin.

Yori escuchaba los rugidos de la muchedumbre, apagados por las puertas de cristal. El muchacho volvió a golpear, esta vez con más fuerza. Pero ya podría haberle dado con un hacha con el mismo resultado, el cristal thalino es uno de los materiales más resistentes que se conoce en Eden. Nada que ver con el cristal común que se usa en las ventanas. Ni siquiera era un material transparente; era de un color gris brillante, casi plateado, y tan duro que solía utilizarse normalmente en la confección de armaduras. Apoyó la espalda contra el frio material, y se dejó deslizar hasta quedar sentado en el suelo.

Yori escuchó un graznido. Miró hacia el cielo de cielos y pudo ver como un ave sobrevolaba el coliseo. Se sintió frustrado, incluso ese pajarraco podría ver a Carto ganándose su escama. El general estaría muy orgulloso de su hijo mayor, como siempre; y muy decepcionado del inútil de Yori. La esfera de color rosa pálido trató de describir una órbita sobre el muchacho, pero el movimiento se vio interrumpido por la dura puerta. El globo fue chocando una y otra vez dando ligeros botes y emitiendo un sonido sólido y agudo. Yori miró la rendija de la puerta. Quizás si la golpeaba con algo muy duro el cerrojo cedería. Después de todo, los pestillos no los fabricaban de cristal thalino.

El joven dios se puso de pie. Se alejó un poco de la entrada y con un movimiento de manos, parecido al que había visto mil veces hacer a su hermano, la esfera divina comenzó a girar a gran velocidad. Corrió hacia delante y la bola chocó produciendo un sonido similar al de una campana. La puerta vibró, pero no cedió. Probó nuevamente con el mismo resultado. No pensaba perderse el gran día de Carto. Iba a entrar aunque su esfera se quebrase en dos. Comenzó a correr, empujó su globo con la palma de las manos y se lanzó justo hacia el centro de la rendija de la entrada. Para el muchacho, el choque fue descomunal. Su esfera resbaló y terminó dando de cara contra el cristal, dio un traspiés y calló de espaldas en el suelo. Con la puerta cerrada frente a él.

De pronto escuchó al público del coliseo con más claridad. Levantó la cabeza y vio como un guardia se asomaba desde el portal abierto.

—¿Se puede saber quién es el gamberro que hace semejante escandalo?
—preguntó el guardia.

Yori alzó el brazo, muy mareado para responder.

—Señor Yori, es usted. Venga conmigo, no querrá perderse a su hermano.

El guardia pasó un brazo del muchacho sobre sus hombros (los soldados eran los únicos que podían ayudar a un miembro de las familias altas) y lo guió entre la muchedumbre de las gradas. Ahora se mantenían todos expectantes. Yori buscó a Carto en la arena, pero no lo localizó entre tanta vegetación. El trozo de selva se encontraba bajo un silencio sepulcral.

—Aquí está, señor Yori. El palco de su padre —anunció el guardia.

—Gracias, ya puedo encontrar mi sitio solo —se despidió el muchacho incorporándose.

Pasó entre varios asientos ocupados por miembros del alto mando, que susurraban críticas de oído a oído. En medio de la fila estaba su padre, el general, concentrado en la arena como si no existiese nada más a lo largo de los mundos. Yori se sentó a izquierda del alto dios.

—Siento llegar tarde —se disculpó.

—Silencio, Yori. ¿No ves que a tu hermano le queda sólo un minuto para poder batir mi record?

Yori calló. El general ni siquiera había notado su ausencia. Por un lado era bueno, no se sentiría decepcionado; pero por el otro denotaba lo poco que le interesaba su hijo menor. El joven dios agachó la cabeza. Entonces un gran rugido lo alertó. En la arena unas palmeras se agitaron violentamente y un borrón negro salió despedido justo hacia su posición. Era la bestia, y aferrado entre sus dos patas delanteras estaba Carto. Yori creyó que iban a caer en medio del palco, pero su padre levantó un brazo y tanto el animal como el cazador chocaron con una barrera invisible. El depredador saltó nuevamente a la arena, mientras Carto sonreía a su hermano tomando impulso.

—Pensé que no llegarías nunca —dijo Carto y se lanzó a la lucha.

El general se volvió para mirar a su hijo menor con cara de extrañeza.

—¿Se puede saber dónde te habías metido?

Yori sonrió con disimulo.

—Padre, por favor. A Carto le quedan 30 segundos para poder batir tu record.

***

—Bueno amiguito —dijo Carto dirigiéndose a la bestia escamosa que era su rival—. Me parece que ya te he dado bastante tiempo. Siento no haberme puesto serio antes; pero estaba esperando a alguien.

El feroz depredador se tiró sobre el joven dios. El muchacho vio garras y colmillos aproximarse. Veinte segundos. Se agachó en el último instante para que el cuerpo escamoso pasase sobre él, una uña afilada rozó su frente. Quince segundos. Una gotita roja salpicó la arena. Carto observó por un instante como era absorbida por el suelo. “No tengo más tiempo que perder”. Levantó el brazo y su esfera obedeció copiando el movimiento, luego lo dejó caer. El seudo-mundo del chico golpeó la cabeza del carnívoro cuando aún estaba de espaldas. Doce segundos. Carto se abalanzó en busca de su escama. Saltó por encima del lomo negro brillante y la bestia comenzó a retozar, estirando las fauces hacia atrás. Por mucho que pudiese estirar el cuello, los dientes no podrían llegar hasta su espalda y Carto lo sabía. Siete segundos. Metió su dedo pulgar entre el pliegue de dos escamas e hizo fuerza. Era muy resistente, mucho más que la vez anterior, y los saltos del animal no ayudaban para nada. Tres segundos. Dos segundos

La bestia dio un bandazo golpeando su cuerpo contra un árbol, el muchacho salió despedido y fue a parar justo encima de la marca roja dejada por la gotita de sangre. Estaba totalmente aturdido e indefenso de espaldas sobre la tierra. El depredador se volvió con gran velocidad y saltó nuevamente sobre su presa.

***

Yori vio ante sus ojos la muerte de su hermano. O eso creyó que verían sus ojos. El general dio un golpe sobre el soporte de piedra que tenía frente a él. Del guantelete que llevaba surgieron grietas luminosas que partieron los árboles que cubrían la arena. La bestianegra se quebró en un haz de luz y desapareció de vuelta al mundo de donde proviniese. La fractura que unía a la ciudad de Bestiaseca con el mundo selvático se cerró. Yori miró la arena, estaba totalmente vacía, a excepción de Carto, que se encontraba tirado de espaldas con una mano levantada sosteniendo la preciada escama negra.

El Coliseo estalló en aplausos. Carto se ponía dificultosamente en pie para recibirlos con alegría. Yori se sentía orgulloso, su hermano mayor se alzaba con la prueba indiscutible de que ya era un guerrero. La mirada que le obsequiaba su padre era exultante. Al menor de los Boro le habría gustado sentir esa mirada dirigida a él alguna vez, pero bien sabía que no era la clase de dios que traería gloria a su familia. “Deja de pensar en eso, Yori —se dijo—. Padre ya tiene a Carto para traerle satisfacciones.”

Andro Boro, bajó del palco militar. Yori lo seguía de cerca, y detrás de ellos el grupo de la alta cúpula. Bajaban por el pasillo principal y Yori se preguntaba si algún día sería capaz de cumplir con aquel ritual y ser digno de las alabanzas del pueblo. Se preguntaba si algún día podría conseguir su escama y ser un guerrero. Los militares se pararon en seco al final de los escalones. Cuando los portones se abrieron su hermano entró cojeando, pero con la frente alta. Su esfera describía su órbita con un movimiento desigual, la esfera divina también se resentía después del esfuerzo. El general hizo un ademán a modo de saludo a su hijo, seco pero lleno satisfacción. Carto se inclinó para rendir respetos a los dioses, pero cuando levantó el rostro la mirada y la sonrisa estaban dedicadas a su hermano.

—No has conseguido batir mi marca por un segundo —dijo el general con severidad.

—Padre, Carto ha hecho un combate estupendo —intervino Yori.

—No lo suficiente. Y tú ni siquiera fuiste capaz de llegar a tiempo. Sufro por el día que debas conseguir tu escama.

Yori bajó la mirada avergonzado. Carto continuó mirando a su padre sin apartar la mirada. Se puso de rodillas y extendió las manos con la escama apuntando al cielo.

—Mi escama, mi orgullo. Mi victoria, mi armadura —recitó Carto. El general tomó la escama puntiaguda. Le dio la vuelta y atravesó la base, la única parte blanda, con un hilo plateado. Produjo calor entre dos de sus dedos y así fundió el hilo metálico, convirtiendo el trofeo en un colgante. Se lo devolvió a su hijo y este se lo paso por el cuello, antes de volver a ponerse de pie.

—Carto-Boro, un día traerás gloria a nuestro nombre —proclamó el general con una chispa de orgullo en su mirada.

Andro-Boro se marchó seguido de la cúpula militar. Yori esperaba un pequeño gesto de afecto. “¿De mí no esperas nada, padre? —se preguntó”. Los dos hermanos vieron al general perderse en tras una esquina en lo alto de los escalones. Salieron a la arena, las graderías comenzaban a vaciarse. Los dioses que habían asistido al espectáculo regresaban a sus casas. Solo quedaba arena, arena y gotas de sangre roja sobre el suelo. Sangre de un dios de la guerra.

—Estás bastante magullado —dijo Yori.

—Es lo que pasa cuando te enfrentas con un bestianegra. ¿Cuál es tu escusa?

Yori se dio cuenta que un fino hilo de sangre brotaba de su nariz. Se limpió y una gotita fue a parar sobre el suelo salpicado por su hermano.

—Choqué contra una puerta.

—Debió ser una puerta muy feroz.

—Era de cristal thalino.

—Las más fieras de todas.

Los dos se rieron mientras se tendían en el polvoriento suelo. Miraban el cielo amarillo disfrutando la victoria, que era una victoria de ambos.

—Es una lástima que no hayas podido superar el tiempo de padre —se apenó Yori.

—¿Por qué? Para él nunca sería suficiente.

—Tú eres su orgullo. Yo, en cambio, no soy más que un fracaso.

—Yo no lo veo así. Para él sólo soy alguien a quien moldear, y que nunca llegará hasta donde él desea. Para padre soy más decepción que tú, que no sigues sus imposiciones. Sea como fuere, no somos más que dos fracasos de hijos.

Yori perdió su mirada melancólica entre las nubes.

—Un fracaso de hijos; pero un triunfo de hermanos —agregó Carto mostrándole a Yori dos escamas de bestianegra. Una era el colgante; pero la otra era más reluciente y hermosa.

—¿Cómo es que tienes dos?

—Porque le he arrancado dos escamas.

—No ha habido nadie que le quitase más de una a la bestia.

—Lo sé.

—¿Se las quitaste al mismo tiempo?

—Son durísimas, eso sería imposible.

—¿Entonces, cómo?

—La primera se la quité antes de que llegaras. —Carto separó el hilo metálico de su colgante y lo separó en dos trozos más cortos.

—Batiste el record. Habrías contentado a padre

—No me importa contentar a padre. No me gusta cómo te trata.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Yori.

—Porque quería que tú estuvieras aquí para verlo. —Carto generó calor entre sus dedos y soldó los hilos con cada una de las escamas—. No sé si padre o la cúpula te permitirán tener la oportunidad de enfrentarte a este reto algún día. Y ni siquiera sé si serías capaz de superarlo. Tú eres diferente. A ti no te gusta ser un guerrero, ni pertenecer a la familia que perteneces. Lo que sí sé es una cosa, y la sé sin lugar a dudas. Eres mi hermano, Yori-Boro, y un día traerás la mayor de las glorias a nuestro nombre.

Carto le dio a su hermano el colgante con la escama más brillante. Yori la apretó en su mano con fuerza, se sentía orgulloso de ser quien era. Los dos gemelos Boro se quedaron tendidos en la arena mirando al cielo amarillo. El viento sopló y borró las marcas de sangre de dios del suelo.

Si te ha gustado este artículo, pásate por mi Facebook y dale a me gusta. Cada semana lo actualizo con mis nuevos diarios y relatos. Estaré encantado de que te unas en mi Universo en Blanco, para añadir un par de letras cada día.

7 comentarios en “Sangre de Dios

    • Muchas gracias Patricia. Hay rachas de días buenos, seguidas de un montón de días malos. Lo peor es que cuando hay muchos días malos seguidos se hace más difícil volver a la carga.
      Espero que Twitter mis palabras diarias (#palabrashoy) me ayude a intentar superarme. De momento no me está yendo demasiado mal.
      Nos leemos.

      Me gusta

Deja un comentario